"(...) hay una serie de valores de la sociedad chilena que coinciden con los de él. Lo que en la Argentina era hosquedad, allá es contracción al trabajo; lo que en la Argentina era soberbia, allá es perfil bajo, humildad". [Rafael Bielsa, hermano de Marcelo / 20 de octubre, 2009]

martes, 28 de octubre de 2008

Retrato de un apasionado

Diario La Nación
19 de agosto, 2007


El DT de la selección nació en una familia de prestigiosos abogados y armó un escándalo cuando decidió ser futbolista. Hermético, culto, obsesivo hasta la médula, el Loco es tan famoso por sus anécdotas desopilantes como por su estilo, que combina un infinito amor por el estudio con un gran amor por el juego.



No es muy alto, pero sí fornido, y su vientre progresa implacable. Un cuello firme es la base de una cabeza generosa que dio origen al inevitable apodo en tiempos juveniles cuya singularidad estriba en unos ojos oscuros que miran fijo con curiosidad analítica: un poco viendo, otro poco procesando la realidad. Pero el rasgo fundamental está en la frente, recta y amplia, donde las cejas se pliegan como un fuelle, dibujando un gesto de preocupación que parece perpetuo.



Cuando habla frente a periodistas es lacónico, calibra el peso de las palabras como un comprador de oro y su tono educado, casi doctoral, siempre distante, es monocorde pero inapelable.


Cuando era chico repartía su vida en la casa paterna, barrio reo, cerca del mercado de abastos de Rosario y en la casa señorial del abuelo, a tres cuadras del Parque Independencia, donde las criadas lo llamaban "niño Marcelo". Por entonces, su padre abogado le soñaba un futuro profesional destacado. Acaso lo imaginó para perpetuar la dinastía hombre de leyes, como su abuelo, Rafael A. Bielsa, prestigioso constitucionalista, precursor del derecho administrativo en la Argentina.



Pero fue su hermano Rafael el que siguió la tradición familiar y se recibió de abogado. Su hermana, María Eugenia, resultó arquitecta. El niño Marcelo había crecido lastimándose las rodillas atrás de una pelota y sintiendo ovaciones que bajaban desde ese templo pagano que era la cancha de Newell s Old Boys: sería futbolista, se lo aclaró a sus padres.



A los 13 años se fue a probar al club de sus amores seguiría hasta los 21 , pero como el malhumor paterno no daba tregua, un buen día, tendría 15, 16 años, dejó la casa y recaló en la pensión que Newell s destinaba a los chicos que venían a probarse desde el campo. Su primera rebeldía fue fugaz porque los dirigentes lo echaron dos días después: se negaba a dejar fuera de la estrecha habitación la moto de dos tiempos con que plasmó la fuga.



Pero no tenía dudas sobre la vocación que amasó mientras estudiaba en el Colegio Sagrado Corazón de Rosario y rompía pantalones arriesgando las piernas en los cruces de potrero: allí era feliz, allí las clases sociales no existían y según su hermano jugaba más horas a la pelota de las que dormía. Las líneas del futuro no le mentían: su mundo era redondo y perfecto, como una pelota de fútbol.



UN ETERNO INSATISFECHO



Cuando venció la resistencia familiar, Marcelo Alberto Bielsa se dedicó de lleno a su profesión, siguiendo al pie de la letra la máxima impuesta por su madre para sus hijos y que él compartía a rajatabla: "En lo que seas, tenés que ser el mejor". Lida Silvia Caldera forjó a su prole en la cultura del trabajo que precede al mérito. A Rafael y Marcelo los dejaba leer las revistas deportivas que compraba si habían demostrado aplicación en el estudio y buen comportamiento durante la semana. Muchos años más tarde, ya consagrado como técnico, Marcelo diría: "La influencia de mi madre fue fundamental en mi vida. Para ella, ningún esfuerzo era suficiente".



Tampoco para él. Como jugador, fue un fracaso. Un defensor con buen manejo de pelota pero lento, con cintura de pollo, que siempre llegaba tarde a los cruces, ese campo minado del área donde no se puede fallar. Debutó en 1976 cuando amanecía de sangre la dictadura, pero sólo duró tres partidos en Primera. Probó otra vez en Instituto de Córdoba de allí tuvo que volver rápido: la familia buscaba desesperadamente a su hermano montonero, secuestrado por el Ejército y aun en la "C", en Argentino de Rosario. Su carrera era una espiral en descenso, hasta que se dio cuenta de que lo suyo no tenía mucho que ver con el fútbol. Por lo menos, con el que se jugaba adentro del perímetro. Se conjuró, solo con su sombra: "Si no puedo ser jugador de la Primera de Newell's, voy a ser su técnico".

Porque, al fin y al cabo, tenía 17 años cuando ya mostraba el ojo de la practicidad que lo caracteriza como entrenador. Un día interrogó a Jorge Griffa, por entonces técnico de las inferiores de Newell's:


Usted es Griffa, ¿no?



-Sí.



¿Y cuánto tiempo estuvo en Europa? ¿13 años?


-Sí.


¿Y volvió a quedarse a este club, a esta ciudad?


-Exacto.


Usted está loco.



Sin embargo, terminaron llamándolo Loco a él. Obstinado como un vasco, metódico como un científico, siempre va por la vida como un ordenador, con la cabeza trabajando a mil. El ceño fruncido lo delata: su mundo interior es tan agitado como el que se ve, plagado de ideas, obstáculos a sortear, fórmulas para vencer. La duda cartesiana lo atenaza. Los 30 mil libros que veía en la casa de su abuelo una reverencia al conocimiento humano le indican que cada problema tiene un escondrijo con la solución.



Siente pasión por el trabajo, y aun en la cumbre del éxito parece insatisfecho.



Cierta vez estaba con su hermano y la barra de la esquina, en Rosario tendrían 10, 11 años a lo sumo , y uno de los amigos, mayor que Marcelo, lo interrogó:



¿Te gustaría que de lunes a viernes fuera el fin de semana y el sábado y el domingo de lunes a viernes?



No, no me gustaría, porque entonces el trabajo sería un descanso.



ASUNTO DE FAMILIA



Cuando terminó el duelo por el jugador que no pudo ser, Bielsa dejó la carrera de Agronomía rindió sólo una materia, acaso por darle el gusto a su madre , estudió educación física y se fue a Buenos Aires a trabajar en la Ciudad Universitaria. Pero no para vivir de eso: quería conocer todas las posibilidades que tiene el cuerpo humano en la alta exigencia. A los 23 años dirigió al seleccionado de la Universidad de Buenos Aires. El primer paso estaba dado. Después, terminó el curso de director técnico, en 1982, con el crepúsculo de la dictadura.



Como su maestro Griffa, Bielsa empezó en las inferiores de Newell's. Para empezar, tomó un cuaderno y un mapa, dividió un país en 70 regiones y salió a recorrer cada una de ellas buscando promesas de crack en un Fiat 147 que se caía a pedazos. Cuando esa película terminó, el auto había sumado ocho mil kilómetros más.



Bielsa es fanático de Newell s y en 1991 se dio el gusto de su vida: lo sacó campeón, le ganó a los dos grandes y, con sólo 35 años, demostró que su rumbo en la vida no estaba equivocado. El mundo era redondo, como una pelota.



Marcelo Bielsa conoció a Laura Bracalenti porque ella se juntaba a estudiar Arquitectura en su casa con su hermana. Se casaron después de un largo noviazgo y tienen dos hijas, Inés y Mercedes. Es, en la vida del técnico, un engranaje fundamental, algo así como el símbolo de la abnegación: una mujer de Atenas, de esas que esperaban el largo viaje de sus héroes. Así vio también a su madre, una piamontesa de Morteros, Córdoba, educada en el esfuerzo para el progreso, donde no había lugar para la frivolidad, ni la pereza.



Hasta que fue nombrado técnico de la selección argentina, el abogado Rafael Bielsa nunca había visto jugar ni dirigir a su hijo, pero no porque el fútbol no le gustara: era hincha de Central y, con esas cosas, en Rosario no se juega.



Antes de un clásico contra los "canallas", mirándose el índice de la mano derecha, Marcelo le dijo a su hermano: "Si le hacemos cinco goles a Central, me corto este dedo". Ese lunes, Newell's ganó 4 a 3 y Rafael temió durante una semana que su hermano, gozoso de la goleada histórica, hubiera llevado al altar del sacrificio su promesa.



Los dedos están todos, pero el vacío que le produce la derrota parece crecer, según pasan los años, como el agujero de la capa de ozono. Alguna vez el pediatra le desaconsejó a su mujer el reencuentro con su esposo el día siguiente a una derrota por el impacto que tanta energía negativa podría tener en sus hijas. Alguna vez, Marcelo se animó a decir lo que sigue: "Cuando pierdo me siento inhabilitado para la felicidad por siete días". Suena exagerado, aunque difícilmente haya país alguno donde el fútbol se viva más dramáticamente en Argentina.



PREDICAR CON EL EJEMPLO



Como toda su familia, Bielsa es un creyente fervoroso, pero a su modo, sin seguir la ritualidad. Se recibió de perito mercantil en un colegio de curas en 1972 y, al revés de su hermano, nunca tuvo militancia política. Su mirada sobre la política es pesimista, en conversaciones con la familia y algunos amigos se cuentan con los dedos de una mano campea la desilusión por el auge de los contravalores, la asfixia de la ética, la corrupción. Es sumamente desconfiado, lo atormenta la idea de que alguien pueda enriquecerse de la noche a la mañana y apuesta a valores propios de otro mundo, o tal vez de éste, pero perdidos en el tiempo: la previsibilidad, la palabra empeñada. Cuentan que tributa todo, que instruyó a su contador: "Prefiero pagar de más, pero nunca tener un problema por eso".



Su ideología futbolera está basada en un tríptico casi espartano: orden, planificación y disciplina. La clave para jugar, piensa, radica en la concentración. Para lograrlo son necesarios muchos esfuerzos, algo a lo que no son demasiado afectos los jugadores argentinos. Ya desde sus comienzos como técnico, descubrió que si decía a sus jugadores que iban a entrenar dos horas seguidas, la concentración les duraba una hora y media. Con su prédica, logró estirarla a 100 minutos y, con el tiempo, logró que estuvieran concentrados las dos horas. La idea del "grado de concentración absoluta" es una máxima de Bielsa.



Inculca a sus jugadores un abecé básico que resulta trabajoso y aburrido por la repetición. "Al principio, te fastidia con tantos detalles, te hace repetir cosas básicas una y otra vez", contó Christian Bassedas, que lo tuvo en Vélez.



En sus primeros tiempos como entrenador, los jugadores no entendían muy bien lo que les pedía: les hacía leer todos los diarios y cortar las notas donde se hablaba de Newell s y todos los rivales. Una compenetración progresiva, en busca de la ansiada mística. A la larga, los convenció de la necesidad de aprender su código básico, sustentado en la disciplina. Él mismo marcaba pauta con ejemplos demoledores: mientras José Luis Chilavert llegaba a los entrenamientos en un BMW rojo furioso, Bielsa lo hacía en una vieja y destartalada camioneta Chevrolet prestada.



No habla con sus jugadores de otra cosa que no sea el juego. No les pregunta por su vida privada ni sus novias, ni sugiere qué deberían hacer con el dinero, ni les hace bromas ni deja que se las hagan. Es más: no hay tuteo, ni siquiera con aquellos con los que tiene afinidad afectiva. Se cuenta que al Pájaro Domizzi un día le dijo: "Voy a ser su amigo el día que usted se retire del fútbol". Llega siempre al filo del horario acordado para la práctica y luego se retira. En Newell s, muchas veces ni siquiera concentraba. Sin embargo, su trabajo mental, urdiendo estrategias, elucubrando jugadas, no descansa. Norberto Scoponi, uno de sus arqueros emblemáticos, un día lo encaró:



¿Por qué usted no concentra con nosotros?



Mientras usted duerme, yo estoy haciendo cosas para que el equipo mejore.



No sólo hace repetir movimientos hasta el hartazgo. También divide la cancha en sectores y obliga a los jugadores a jugar dentro de los límites asignados si la estrategia lo requiere. El estilo podrá resultar tedioso, pero el trabajo de convencimiento funciona. Cuando Vélez ganó el campeonato, Bielsa atribuyó la victoria a "la dureza mental del grupo".



Piensa en su equipo como un grupo comando que no se aparta jamás del objetivo. Tanto laboratorio no significa que esté en las antípodas del lirismo. "No hay mejor cosa que un futbolista dotado, que resuelva por inspiración", suele decir. A veces, tiene que defenderse de quienes le reprochan que haga trabajar en la marca a creadores como Ariel Ortega, como si apostara con ello a un fútbol timorato y amarrete. "No es así. Yo soy obsesivo del ataque. Si miro videos es para atacar, no para defender. Mi fútbol, en defensa, es muy simple: corremos todos. Sé que es más fácil defender que crear. Correr, por ejemplo, es una decisión de la voluntad, crear necesita el indispensable requisito del talento", aclara.



CEREBRO FRÍO, SANGRE CALIENTE



A la camioneta prestada la equipó con un televisor con videocasetera: cuando viaja a Rosario va mirando partidos mientras su asistente maneja. "Es la única persona que conozco", cuenta su hermano Rafael, "que tiene por costumbre ver dos partidos al mismo tiempo. Tiene un ojo en cada uno, y de pronto para una grabación, retrocede y te comenta algo que vio".



Bielsa es incapaz de ver un partido de fútbol sólo por diversión: su espíritu analítico lo lleva a juzgar las acciones todo el tiempo. Llegó a ver 32 videos distintos del equipo italiano Milan para refutarle una afirmación de café a su amigo Jorge Valdano. En su oficina de Ezeiza, donde practica la selección, colgó una leyenda que es un llamado a la heroicidad: "Lo posible ya está hecho. Lo imposible lo estamos haciendo. Para los milagros necesitamos tiempo".



Cuando Vélez salió campeón parecía lamentarse amargamente de su destino. En realidad, pagaba el precio de su actitud distante y reconcentrada. "No desperté el cariño de la gente. Me lamento por eso, porque uno trabaja para captar la adhesión popular", dijo. Aquella vez, con el pitazo final y la locura desatada en las tribunas, Bielsa se levantó del banco con el ceño fruncido y lejos de la euforia que mostró el 91 cuando coronó a Newell s se fue de la cancha mirando el césped. El túnel se lo tragó, como si estuviera castigado. Por dentro estaba feliz, claro, pero un pudor irrefrenable le impidió quedarse: "Festejar con el público me parece que es un derecho exclusivo de los jugadores".



Pese al bajo perfil mediático odia las fotos, no quiere hablar de sí mismo, ha forjado una cadena de adhesiones con familia y amigos que lo protegen , trascendieron algunos encontronazos célebres, lo que demuestra que, a veces, la caliente sangre de la pasión desborda y entonces Bielsa muestra el lado de la furia. Con José Luis Calderón casi se van a las manos en el aeropuerto de Asunción, delante de todo el mundo: un escándalo, el único con la selección. Bielsa cree en los códigos (todo se arregla en casa), pero aquella vez Calderón, ofuscado porque no lo hizo jugar, lo descalificó públicamente.



Si se fue del América, el club más popular de México, fue en gran parte por los caprichos de la estrella del equipo, Luis Roberto Alvez, "Zague", a quien no pudo domar y le puso el resto del plantel en contra. Pero en la capital azteca todavía se recuerda a Bielsa porque cuando dirigió al Atlas, aunque no consiguió ningún campeonato, promocionó a muchos jóvenes que hoy son figuras. Su mal humor aparece también en los partidos. Cierta vez, en Paraguay, fue expulsado del banco porque no paraba de insultar al árbitro en un partido contra los colombianos. Bielsa siguió el juego desde un palco VIP y se consiguió un handy para darle instrucciones todo el tiempo a Claudio Vivas, su ayudante de campo, que las transmitía a los jugadores.



Pero lo que no tolera es la indisciplina. El quiebre de su romance con el plantel de Newell s, que le hizo cumplir uno de los sueños de su vida, ocurrió cuando, el día del casamiento de Darío Franco, un integrante del equipo, Bielsa dio permiso a todos para asistir a la ceremonia religiosa, pero no a la fiesta. Sin embargo, varios de ellos se quedaron de cachengue y volvieron a las cinco de la mañana. Bielsa no los sancionó, pero comprendió que algo se había roto para siempre.



DE TRAJE JAMÁS



Si no fuera porque come con voracidad, picoteando aquí y allá, robando en platos ajenos su peso le preocupa tanto que sale a correr no bien termina de entrenar a los jugadores que dirige , se podría decir que es un asceta: no fuma ni bebe alcohol y ha consagrado una vida al perfeccionamiento. Es un curioso empedernido, con algo de niño tras la máscara guerrera de su rostro: consume chupetines con obsesión y la ropa es lo que menos le importa en la vida.



Siempre con el pelo negro y revuelto, en jogging o campera rompeviento si está fresco, y zapatillas blancas: en su vestuario personal no hay lugar para un traje. Es más, la única vez que usó traje en una cancha, la selección perdió con el Español de Barcelona 2-0. Caballero irredento, no volverá a usarlo jamás. Anda todo el día con una libreta y una lapicera. En las hojas dibuja canchitas de fútbol diminutas y convierte en símbolos todo lo que ve de un partido o del desempeño de un jugador: parece un entrenador de básquet más que uno de fútbol.



¿Le hubiera gustado ser como Roberto Perfumo, su ídolo de chico? Este hombre de aspecto grave aunque, increíblemente, en el seno familiar dicen que es muy divertido tiene rasgos de sensibilidad que lo llevan a mimetizarse sin problemas con la gente común: un simple problema vecinal lo moviliza y pagó de su bolsillo la cirugía en la vista de una empleada de la casa. Cuando Martín Palermo erró tres penales en un partido, en 1999, Bielsa estaba derrumbado en el hotel. Lo llamó Menem y lo consoló. Después diría: "Un hombre que llama en momentos así tiene algo valioso. Cuando deje de ser Presidente voy a cultivar su amistad".



Consume poca literatura y ve mucho cine en su casa. Cuando la película termina, inmediatamente se olvida de la trama: su hermano cree que hasta en esos momentos piensa en el fútbol.



De chico estudió guitarra. Amante del tango Susana Rinaldi, Julio Sosa, Goyeneche , respira ese aire melancólico y antiguo de Rosario, pasa sus vacaciones en un campo de Alcorta, a una hora de viaje, con el celular apagado. En el refugio familiar, junto a sus hijas, a las que adora. Pensando, tal vez, en cómo dotar de estímulos nuevos a su pasión, la que construyó como un ingeniero, a lo largo de su vida, hasta crear un mundo redondo, como una pelota de fútbol.



Este artículo fue publicado en la revista "Viva" en enero de 2001, por Mario Makic.

3 comentarios:

Melina dijo...

Como argentina no hago más que envidiarlos y desearles mucha suerte en las eliminatorias y en el mundial al que seguramente van a clasificar. aguante bielsa... como dice esa bandera: "el tiempo te dará la razón", lástima que los argentinos seamos tan ignorantes.

Jose Miguel dijo...

me siento orugullosisimo de tener a este estratega a cargo de nuestra selección ! que sin duda hará un campañon en el mundial ! cuidate bielsachile ! y visita mi blog ! http://selecciondechile2010.blogspot.com/

gustavo funes dijo...

soy Argentino y entrenador de futbol como usted me siento orgulloso de como nos representa en el futbol mundial pero mas llena de alegria de como su hno habla de ud. y con el amor q lo hace un abrazo grande y DIOS LO BENDIGA